sábado, 17 de marzo de 2018

Sonrisa

Sonríe.

Llegan las cuentas, y sonríe.

Sonríe al cobrador, sonríe a su madre que pregunta por un tal Antonio.

Sonríe.

Sonríe mientras se llevan sus cosas; mientras descuelgan el cuadro al final del pasillo, ese que ya hacia varios años que está cubierto con un fino manto de tela negra, el cual en estos momentos es retirado y hecho a un lado en lo que tarda un suspiro. Porque cumplió su función, y ya no sirve. Un paño marcado y modelado por el paso del tiempo, con sus manchas adquiridas con la sabiduría de la vejez y los hilos, telañarientos despojos, que se descosen tan débiles y efímeros ante al brusco tacto del embargo.

La tela se deshace, y como si nada, rápidamente es olvidada en un rincón.

Observa en silencio.

No hace nada más que sonreír ante aquella escena. Igual que siempre. Se dice a sí mismo "¡no pasa nada!", eliminando todos los sentimientos y rastro de emoción que pudiera quedar en su cuerpo, dejando tan sólo una cáscara vacía que apenas tiene tiempo para atesorar sus recuerdos. Mas es lo mejor que puede hacer; la resignación es la mejor opción en este mundo moderno, ¿no? ¿Cómo podría oponerse ante las autoridades, sin quedar en una situación aún peor a la que se encontraba ahora?

El polvo se levanta, le escuece la nariz.

Su nariz.

Esto demuestra que sigue sintiendo, sigue siendo humano, los receptores de su cuerpo aún funcionan y sus células siguen manteniendo con vida a ese conjunto de materia que es él. Una vaga sensación parecida a la felicidad entibió, por unos segundos, su pecho. Aunque, para ser sinceros, estaba muy lejos de hacer justicia a la palabra. Fue, más bien, un sentir vago que no duró más que una milésima... no, trigésima de segundo, de momento: es obvio que no es la cantidad de tiempo indicada ni suficiente para volver a respirar, para llenar tus pulmones; para volver a vivir y abrir la caja metálica y polvorienta donde guardaba tan cuidadosamente sus emociones (esas tan finas y frágiles al tacto) en busca del nombre olvidado de aquello que sintió.

Pensándolo bien, y analizándolo dentro de lo que la desesperada situación le dejaba de cordura, no era algo bueno. Si seguía siendo un ser racional, quiere decir que le afecta lo que está sucediendo en alguna parte recóndita de su cabeza.

O así debería ser.

Pues. Se están llevando el cuadro. El retraso, el único recuerdo de su padre mientras la madre chilla desesperada contenida por dos hombres. ¡¡Grita hecha una furia!! con un brillo en sus ojos lleno de pasión, de emociones agresivas y demandantes. Es en este instante, que su madre ya no es la masa de piel y costal de huesos frívola acostada en la cama, incapaz de hacer algo por sí misma balbuceando incoherencias mientras repetía constantemente que le devolviesen a su hijo, con los ojos perdidos y muertos clavados en un punto de la habitación al cual a Antonio no se le permitía acceder.Sus ojos, ahora, eran los espejos de un alma viva, ferviente de incontables emociones explotando en su interior que luchaban por salir, con la belleza fiera de una mujer luchadora a la cual le arrebataron la razón y ser de su existencia, y que ahora tan única y tocada se rebelaba para mostrar su verdadera naturaleza.

Un escalofrío le recorrió su espalda y sintió como todo su mundo se derrumbaba trozo por trozo mientras más tiempo pasaba presenciando esa escena.

Poniendo en duda toda esa careta fría de la que se jactaba, ¡su madre, preocupada por el cuadro, se veía mucho mejor a todas las veces en que él la consoló! Como si tu esfuerzo no valiera nada, qué importaban los pequeños detalles, las horas extras de trabajo para manteneros a ambos restadas a las de sueño.

Sonríe.

Antonio sonríe, pero todo se derrumba por dentro.

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