28/07/2000
Ha pasado bastante tiempo desde que escribí para mí mismo; por mero placer y concretando mi propio consuelo, narrando como si alguien fuera a leer esto algún día.
He de ofrecer mis más sinceras disculpas, ¡pero! No es en absoluto culpa mía; nada podría estar más lejos de la realidad. Es ella. Ella y su infame persona, ella y su cautivador encanto, ella con su característica benevolencia auto-destructiva, de pensamientos e ideas insolubles; esa mujer que parece aborrecer su propia desenvoltura.
Sé que, como escritor, lo que estoy haciendo es prácticamente inadmisible, un insulto a la propia disciplina. Me explicaré mejor.
La primera vez que la conocí fue un día de Julio cualquiera, el clima era agradable y yo acababa de llegar a una nueva ciudad, totalmente perdido y desconocido de mi paradero. Lo último que pude recordar en ese entonces fue la gran frustración ante el bloqueo de mi creatividad frente a la gran demanda de mi público alborotado. Un deseo de escapar y reencontrarme conmigo mismo, para poder seguir y satisfacer su sed insana de temáticas nuevas y originales. Esa fue otra de las razones que me mantuvo en pie los meses antes de emprender mi viaje, ¡lo encontraría! Lo encontraría. Aquello que me permitiera volver a esos años en que sorprendía a todos con el más simple verso o escrito. ¡Lo lograría...!
Debido a mi falta de orientación y memorias de sucesos intermedios, deduje de inmediato que no fue así. ¿Alcohol quizás? Ahogar las penas de un hombre al punto de terminar desorientado no podía tener otro nombre.
Para resumirlo y no entrar en tantos detalles: después de este descubrimiento me dediqué a vagar por la ciudad, ¡cuán distinta era a mi país de origen! Se sentía extraño. Caminar por la acerca y que nadie te detuviera o ellos detuviesen su camino para cuchichear tu nombre. Podía caminar tranquilo sin que nadie me reconociera. Por primera vez, en mucho tiempo, había encontrado paz.
Una paz que, al pasar de las horas, se había tornado demasiado aburrida.
La gente no me respondía cuando les hablaba, ¿quizás no hablaban inglés? Era un tanto fastidioso no tener alguien con quien charlar. El tiempo avanzaba, y mi propia egolatría me pasaba cuentas. Abatido, estaba a punto de rendirme y descansar en una de las banquillas de una plaza común, cuando un único letrero legible llamó mi atención. Talladas en negro sobre una gruesa madera color ébano, se leía inocente y humilde una sola palabra: "Theater". Nunca en mi vida fui aficionado a ese tipo de artes —demasiado humanas para mi gusto—, pero me dije a mí mismo en ese momento, ¿por qué no darles una oportunidad?
Me era imposible saber, que esa decisión marcaría de tal manera mi vida.
No, ni siquiera llegué a intercambiar palabra alguna con ella.
Bastó con verla ahí, sola danzando en la tenue oscuridad del atardecer, para descubrir en presencia propia la gracia y encanto que sería el comienzo de mi final.
Te devoraba poco a poco. Era alucinante, mi corazón golpeaba con fuerza dentro de mi pecho y yo no podía apartar la vista. ¡¡Había encontrado a mi personaje principal!! ¡lo había encontrado! ¡Ella era... todo lo que había estado buscando! ¡El personaje principal definitivo, digno de mi última obra! La robaría de allí y sería mía, sólo mía. Esos fueron mis primeros pensamientos, tan ingenuos e incautos de la realidad ofrecida. La verdad es que no puedes hacer nada en su contra. Cada uno de sus movimientos cruza el linde de lo burdo y lo mágico con la mismísima facilidad en que un pintor desliza su pincel sobre su lienzo. Porque es una obra de arte en sí. Aquel apasionado baile, no, ninguno de sus movimientos sobra o está de más nunca. Todos forman parte de una perfecta armonía que lleva a cabo con una picardía y vehemencia oculta, que se esfuerza en oscurecer y negar, pero para mí como escritor y detective de la mente humana son tan obvias y palpables como hipnóticos son los colores que desprende cada uno de sus pasos. Lamento esta analogía y exceso de elogios, mas no hallo otra manera de comunicar lo que en ese momento sentí. Sólo sé que aquella primera impresión jamás se borrará de mi cabeza, ni aunque cayera en coma un millón de años y me obligasen a abandonar mis recuerdos con el prometedor ofrecimiento de una vida entera. Está ahí, adherida tan fuerte como su propio nombre. Oh, cara mia. ¡Mi querida y hermosa personaje principal! Mi impresión para los días siguientes, las razones por las que no pude escribir hasta ahora, quedará claro para mi lector que no son un pormenor después de toda esta charla introductoria.
El día siguiente a ese, comprendí de inmediato que mi pequeña niña jamás dejaría de sorprenderme.
Haciendo lo imposible, nunca se detendría.